sábado, 9 de agosto de 2014


                                       

                                           
                                                                   
                                                     TRASCASTRO                                                        


                            
                                               A iglesia

                                      Iglesia de Trascastro (León)
                                         

     He vuelto al Santuario de Trascastro (León) de la misma manera que se vuelve al lugar del crimen. Esperaba encontrar el paisaje que guardo en la memoria desde hace tantos años, cuando me llevaron en peregrinación para saldar una promesa, pero la memoria había cambiado la realidad tanto como la realidad misma. Allí donde recordaba campos de cereal recién segados encontré las mismas tierras abandonadas de toda la montaña asturleonesa; no lo siento como un paraíso perdido, porque no era paraíso, sino remos de galeras de cuyas cadenas se han librado Katia, Sonia y tantos otros que hoy pueden mirar atrás con el orgullo de haber vencido al destino.
     Pero encontré un pueblo mejor que el que guardaba en la memoria: allí, mirando al Sur, resguardado de los fríos vientos del Norte y contemplando el valle por el que pasaron hace 2.000 años las tropas romanas de Carisio, Trascastro ofrece unas terrazas de casas bien cuidadas entre las que sobresale la iglesia del S. XVII. El templo, de cruz latina y mirando al Este como Dios manda, se mimetiza con la pizarra del paisaje y se corona con una espadaña típica de toda esta zona occidental de la Cordillera Cantábrica que une más que separa a leoneses y asturianos; no en vano todos éramos Astures.
     La Virgen de Trascastro (cuya festividad se celebra el 15 de Agosto) se erigió pronto en lugar de peregrinación al que acudían gentes de toda la zona para agradecer sus curaciones; y allí me llevó mi madre cuando, niño, “me ofreció” llevarme a Trascastro si la Virgen me salvaba de una enfermedad infantil cuyo nombre no recuerdo. Salimos de Degaña antes del amanecer y, utilizando el meridiano 6º como funicular imaginario que se adapta a cualquier terreno, cruzamos la cordillera a ratos a pie, a ratos a caballo.
     Llegamos poco antes de comenzar la misa a la vez que otros muchos peregrinos, algunos de los cuales confluían en el santuario descalzos o de rodillas como si necesitaran pagar más deuda con un mayor sacrificio; acabó la misa que no recuerdo y llegó el rito que no olvido: doce danzantes de blanco que dejaron en mis ojos un fogonazo eterno de sonido y luminosidad. Fue un resplandor tan potente que eclipsó todo lo que sucedió después.
     Por lo que respecta a la fe en los milagros de la Virgen, estoy preso de esta segunda inocencia que da en no creer en nada; sólo una cosa es segura: curamos todos los que estamos aquí para contarlo.

1 comentario:

  1. a veces la memoria infantil engañosa es la que nos salva de la realidad fea y descarnada. Un beso Pedro.

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