martes, 23 de diciembre de 2014





               EL NIÑO JESÚS Y LAS DIFERENTES  ADORACIONES
  

       
                    Duccio: La Virgen con El Niño (1320)
                              
                                      
                       

       
                 Piero Della Francesca,   Virgen con el Niño (1472
       

            Siempre pensé que yo era el centro de la escena, pero eso cambió (como tantas otras cosas en Europa) en el transcurso de la Baja Edad Media.
            A principios del S. XIV Duccio me pinta en el regazo de mi madre, en un trono de gusto gótico como corresponde al momento histórico, con todos los acompañantes celestialmente ordenados y sin que ninguno ose ponerme un pie delante. La Virgen, de tamaño jerárquico,  me muestra con toda mi majestad a unos personajes de los que ninguno sobresale ni me roba protagonismo.
            Pero a finales del S. XV Piero constata el cambio de los tiempos. A mí me ponen tirado ahí, en el regazo de mi madre (y aún habrá otros pintores que me releguen al suelo) como un enojoso fardo que sólo debe figurar en tanto que testigo reminiscente de la marca comercial; mientras, mis adoradores ya figuran individualizados y chupan cámara para que la Historia los reconozca en el futuro.

            Y sobre todos ellos se eleva Federico de Montefeltro, Duque de Urbino; su posición preeminente en el cuadro, los brillos de su armadura y su personal nariz de boxeador aristócrata advierten que es él quien paga la obra y por tanto, como donante, quien debe ser protagonista de la escena que ya nunca volveré a presidir como antaño.

viernes, 12 de diciembre de 2014




                           ACTUALIDAD DE FERNANDO DE PULGAR



                                           




            Fernando de Pulgar vivió en la segunda mitad de S. XV. Fue Secretario Real de Enrique IV e Isabel la Católica, así como Consejero de Estado y embajador en París y Roma. Pero su posible origen de judío converso (aunque anterior al obligado decreto de 1492) le enfrentó al Inquisidor Torquemada y le hizo caer en desgracia, quedando relegado a simple covachuelista de la Corte.
            Pero por lo que recordamos a Fernando de Pulgar no es por su trabajo en la Administración, sino por la agudeza de sus escritos entre los se encuentran obras como Coplas de Mingo Revulgo, Letras…, cuyas observaciones son aplicables a la Historia de nuestro tiempo. En esta carta; dirigida a Isabel I de Castilla, analiza y alecciona a La Reina sobre la función de  las guerras y su importancia en el ejercicio de la caballería. Su pasmosa actualidad nos trae a la memoria muchas actuaciones militares recientes; sólo le falta añadir la importancia del tráfico de armas como causa de las guerras;  pero entonces no existía tal comercio.

Acá auemos oído las nueuas de la guerra que mandais mouer contra los moros. Ciertamente, muy excelente reina y señora, quien bien mirare las cosas del rey y vuestras, claro verá cómo Dios os adereça la paz con quien la deueis tener y os despierta a la guerra que sois obligados. Una de las cosas que los reyes comarcanos vos han enbidia es tener en vuestros confines gentes con quien no solo podeis tener guerra justa, mas guerra santa en que entendais y hagais exercer la cauallería de vuestros reinos, que no piense vuestra alteza ser pequeño proueimiento. Tulio Ostilio, el tercero rey que fué en Roma, mouió guerra sin causa con los albanos sus amigos y aún parientes, por no dexar en ocio su cauallería, (…)                           
                                                             Fernando de Pulgar, Letras.

lunes, 1 de diciembre de 2014




                                
                       UNA GUITARRA VIVA


Pablo Picasso - Viejo guitarrista

                              Picasso,  El guitarrista ciego (1903)


            Soy el único elemento vivo de este cuadro esperando que la mano de nieve que me cubre pueda desempolvar mi espíritu; de hecho estoy ayudando a mantenerse en pie a mi lastimero intérprete que se me cuelga del mástil  igual que un quejido flamenco se eterniza en la garganta. Sus manos parecen tan ciegas como sus ojos, su cuerpo tan místico como los estilizados personajes de El Greco y su rostro tan ondulado como las pinceladas llameantes de la Noche estrellada de Van Gogh.
            Picasso me da color para que contraste con el realismo azulado que maquilla su pose de mendigo mortecino. No hacen falta  más detalles para plasmar un cuerpo transfigurado, vencido no sé si por la ceguera o por la melancolía, abandonado a un futuro sin fecha de caducidad. No hay nada más impreciso que el tiempo indeterminado entre una vida acabada y una muerte inadvertida.

            Le ayudaré a arrancar un lamento que interprete su tristeza y se avenga a su color; un lamento que acompañe la asumida derrota a la que se ha resignado, un lamento con las resonancias de una rapsodia in blue.