jueves, 26 de febrero de 2015





                                  
                              VIGENCIA DE  CRISTÓBAL DE CASTILLEJO



                                          

               Cristóbal de Castillejo vivió en la primera mitad del S. XVI. Pasó la mayor parte de su vida en Centroeuropa, donde murió y donde descansan sus restos (Wiener Neustadt). Era un poeta que se oponía al gusto italianizante de la literatura española de la época representado por Garcilaso; frente a éste, cultivó un género que hoy podríamos ver próximo a la poesía de la experiencia.
            Entre sus obras figura ésta muestra por la que parece no haber pasado el tiempo, dedicada a glosar los consejos para gozar de una vida feliz: vida, muerte, amor…; los temas eternos de la poesía.

VIDA BUENA Y DESCANSADA

Bienaventurada vida,
si alguna lo puede ser,
estas cosas a mi ver,
son, señor, por su medida
las que la pueden hacer:
Hacienda no mal ganada
con sudor, mas heredada;
campo bien agradecido,
lugar durable sabido,
y pleito jamás por nada.
Pocos cargos de que dar
cuenta ni tener cuidado,
y el ánimo sosegado;
buenas fuerzas a la par
y cuerpo sano, templado;
prudente simplicidad
y amigos con igualdad,
y fácil conversación,
la mesa sin presunción
y sin pompa y vanidad.
La noche no sepultada
en torpe borrachería
mas de congojas vacía;
cama no desconsolada,
pero casta todavía;
sueño quieto y sabroso
que haga, con su reposo,
breves, dulces y seguras
las tinieblas más escuras
y el tiempo más trabajoso.
Item, que mientras vivieres,
para que vivas de veras,
tan solamente ser quieras
aquello mismo que fueres
y a nada lo prefirieras;
y que la muerte que crees,
en tanto que no la vees,
porque no te dé postemas,
en ningún tiempo la temas
ni tampoco la desees.
                   Cristóbal de Castillejo. Obras de conversación y pasatiempo

P.D.
            Releo esta poesía y me viene a la memoria un poema de Gil de Biedma que continúa esa tradición de la lírica española:

En un viejo país ineficiente,                                
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda                          
y memoria ninguna. No leer,                            
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado                        
entre las ruinas de mi inteligencia.                        
                              Jaime Gil de Biedma, De vita beata

martes, 17 de febrero de 2015




                                

         SALUDO DE SAN PEDRO


                    
                            San Pedro del Vaticano  (S. XVI - XVII)                               
                                                                                                      

            Soy San Pedro porque en esta ciudad fui nombrado primer Papa de La Iglesia y en ella tuvo lugar mi crucifixión cabeza abajo según pinta Caravaggio. Y aquí erigieron esta iglesia en mi recuerdo para que sea meca de la Cristiandad.
            La cúpula es mi cabeza que gobierna la ciudad y el mundo desde lo alto; tanto se me parecen los Papas que han acabado por tener como símbolo una figura oronda como la mía, igual que si usaran guardainfante. Con los ojos del tambor atisbo desde lejos la llegada de los fieles a lo largo de la Via Della Conciliazione; ellos son mi desvelo y mi alimento. Los digiero en el interior de la basílica después de haberlos embelesado con el baldaquino, remedo moderno de Bernini del ara donde Abraham cambió a Isaac por un cordero. Pero contra aquellos horrendos sacrificios, nosotros hemos ideado la transubstanciación: ahorra tiempo y sangre y  multiplica la clonación como lo hizo Jesús con los panes y los peces.
            Los brazos de la plaza también son obra de Bernini; en ella se distraen los fieles traspuestos con su belleza, acogiéndolos mientras esperan cantando el momento en que Cristo los conduzca al paraíso. Como dice la copla:

Llevo una venda en los ojos
como pintan a la fé.
No hay dolor como esta gloria
de estar queriendo sin ver.


Y la nave va.

martes, 3 de febrero de 2015



 
 
                           
                                            EL MANTO DE FERNANDO VII     
 

                                       
                                         Luis de la Cruz,  Fernando VII (1828)
 
                                   
                              

            Pasaré a la Historia del ridículo como un remedo grotesco del manto de Luis XIV. He de ocultar tanta miseria bajo este real boato que sólo dejo al descubierto ese mentón avieso que, por más que se empeñe, no deja de ser quijada.
            Perderé el honor y el respeto por cubrir a este rey de horrible aspecto, una voz que da miedo y tonto completo, para que pueda aparentar lo que no es; porque el hábito no hace, sino oculta las miserias de los hombres, como señuelo protector de la impostura y espantajo de los dardos enemigos. 
          Perderé, también, el cielo por tapar a un animal tonto y ocioso, mentiroso, envilecido y solapado que iba con los de la feria y volvía con los del mercado, al amparo de los cien mil espadones del insigne Duque de Angulema y de otros muchos imitadores patrios.
          Pero lo que más siento es que no pasaré a la Historia del Arte (¿cuántos me conocerán con el paso de los tiempos a diferencia de los perspicaces retratos que Goya hizo de Fernando VII?); y no pasaré a la Historia, porque un manto pretencioso pierde toda su belleza cuando ampara la ignominia oculta en la piel de un rey.