viernes, 21 de noviembre de 2014







                                                     EL ESCORIAL Y FELIPE II
                                           
                                         
                                     Juan de Herrera,  El Escorial  (S.XVI)
                               
                                                            

            Yo soy El Escorial, pero también podía ser Felipe II; fue él quien me impulsó y quien importunó a mi arquitecto para que quedara clara su personalidad en mis formas. Durante los viajes que realizó para vigilar mi construcción, pagó con el sufrimiento de la gota el pecado de querer estar a pie de obra.
            Suya es mi estructura de parrilla cuadriculada, forma de pensamiento acotado del que no se debe salir bajo pena de quebranto; en cada esquina una torre que vigile la línea recta marcada por cornisas y ventanas, en cada torre una esfera como símbolo perfecto de la geometría cerrada; y gobernándolo todo, esa simetría propia de un rey que cree estar en el fiel de la balanza.
            Mis aristas son tan vivas como la intransigencia de su cortante inflexibilidad, recalcitrante ante cualquier asomo de decoración que aliviase el color gris del feldespato de mi piedra, que no es sino el negro dulcificado con el que él vestía su figura de Greco.
            Y aquí estoy cual moderno rascacielos tumbado, derribado por el tiempo.

martes, 11 de noviembre de 2014




                                                                  MOISÉS (II)

                                                           
         
                                               Pablo Gargallo, El profeta (1933)

                                    
                        
            No es que yo sea Moisés: es Moisés el que ha acabado por adueñarse de mi cuerpo; tal es la maestría con la que me esculpió Pablo, que he terminado por hacerme con la identidad plástica de El Profeta. Más allá de la furia contenida de Miguel Ángel, yo represento la advertencia y la despiadada amenaza para aquellos que osen contradecir la palabra de Yavé, que es la mía.
            Así lo expresa mi boca y así amenaza mi brazo derecho erguido; el izquierdo esgrime el bastón de mando: el que se convirtió en serpiente para devorar a las de los malabarista sacerdotes del Faraón, el que separó en dos las profundidades del Mar Rojo y el que hizo brotar agua allí donde no había más que una árida roca.  No necesito más hierro en los vanos de mi cuerpo para mostrar que la esencia del espíritu se puede reducir al mínimo de materialidad posible (y aún me sobra).
            Me acaba de hablar Yavé a través una zarza incombustible; así es de eterna su naturaleza, así su fuerte voluntad; así será el carácter del Pueblo de Israel. Malditos aquellos que por abandono abracen el becerro de oro.