MOISÉS (II)
Pablo Gargallo, El profeta (1933)
No
es que yo sea Moisés: es Moisés el que ha acabado por adueñarse de mi cuerpo;
tal es la maestría con la que me esculpió Pablo, que he terminado por hacerme
con la identidad plástica de El Profeta. Más allá de la furia contenida de
Miguel Ángel, yo represento la advertencia y la despiadada amenaza para
aquellos que osen contradecir la palabra de Yavé, que es la mía.
Así
lo expresa mi boca y así amenaza mi brazo derecho erguido; el izquierdo esgrime
el bastón de mando: el que se convirtió en serpiente para devorar a las de los
malabarista sacerdotes del Faraón, el que separó en dos las profundidades del
Mar Rojo y el que hizo brotar agua allí donde no había más que una árida roca. No necesito más hierro en los vanos de mi
cuerpo para mostrar que la esencia del espíritu se puede reducir al mínimo de
materialidad posible (y aún me sobra).
Me
acaba de hablar Yavé a través una zarza incombustible; así es de eterna su
naturaleza, así su fuerte voluntad; así será el carácter del Pueblo de Israel.
Malditos aquellos que por abandono abracen el becerro de oro.
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