jueves, 26 de noviembre de 2015




                                                   DE PROFETAS Y DE SANTOS



                          
                                               
                  El profeta Ezequiel                              S. Francisco de Asís


            El profeta es una figura emblemática de la religión judía de la misma manera que el santo lo es del cristianismo; ambos parecen jugar un papel transmisor de los designios de los dioses ante sus Iglesias, pero su actitud difiere tanto en el enfrentamiento que tienen con la ortodoxia como en la aceptación de las correcciones que se les imponen.
            El profeta se presenta como la conciencia crítica ante las desviaciones del poder y descarga su furia contra los representantes del mismo (Isaías se enfrentará al rey Manasés aunque ello implique su muerte), mientras que el santo no osa levantar la voz ante sus superiores y prefiere acomodarse al exilio interior de una vida domesticada, aunque para ello tenga que convertirse en un anacoreta que evita la confrontación; su rebelión queda reducida al campo de la experiencia mística sin que transcienda más allá de la íntima vida personal. Santa Teresa convierte en éxtasis lo que apuntaba a un enfrentamiento con la Iglesia y la propia jerarquía eclesiástica lo asimila y lo añade a su corpus como propio. Ningún Papa se verá amenazado por un santo como Saúl lo estuvo por Samuel.

            Los profetas tampoco aceptan las correcciones del poder cuando éste se las impone. Si los poderosos obran mal serán castigados, si son idólatras o corruptos acarrearán la desgracia de su gente y la suya propia; y ante ello no hay concesión posible. Por eso Lutero fue un profeta, que no santo; porque denunció la corrupción de la Iglesia y nunca se doblegó a las recomendaciones de Roma. Además, el Cristianismo no castiga las desviaciones de sus jerarquías con la desgracia en este mundo; aplaza su juicio al más allá. Actuar mal deja de ser un problema para los gobernantes porque los santos no te van a pedir cuentas como lo hacen los profetas. Los santos han sido incluidos en nómina, aunque esa nómina sólo sea la salvación del alma y un lugar en los altares. Cuando Cristo (el profeta) dice que su reino no es de este mundo, ha dejado de ser profeta para convertirse en santo.

jueves, 12 de noviembre de 2015

                                       
                                                                               


                                                     

                                     LA PLANCHADORA
                                                               



La planchadora de Pablo Picasso (1881-1973, Spain) | Grabados De Calidad Del Museo Pablo Picasso | ArtsDot.com

 Picasso,  La planchadora (1904)


      Interior mortecino en penumbra azul Picasso, cuando los temas sociales eran una de sus fuentes de inspiración; piel del mismo color moribundo que delatan unas venas cenicientas, mustias como la muerte, y cuerpo desmadejado mantenido en pie a duras penas; hay que vencer el cansancio interminable de una labor extenuante: la mujer apenas si puede mantenerse erguida, mientras su cabeza cuelga sostenida por el hombro enganchado a una escarpia imaginaria. 
      Sobre la mesa un mantel, sobre el mantel una prenda (acaso no la ve, solamente la imagina) y sobre la prenda el cuerpo derrotado de una muchacha anciana aferrada con ambas manos a la plancha para no caer vencida sobre el altar del martirio y, así, poder prolongar un suplicio indefinido.

      El agua del recipiente no es para aliviar su fatiga, sino para ablandar las arrugas de los campos de trabajo; habrá que estirar la tela como se estira el calvario para hacer más soportables las horas interminables de una vida que la aplasta. Como una plancha.