jueves, 18 de junio de 2015

                 


                                SANTA MARÍA DEL NARANCO


                                  
                    Santa María del Naranco  (844 ?)

                      Soy tan pequeña como el reino de Asturias que me construyó allá por el S. IX y tan pobre como su exiguo presupuesto, dedicado más  a la guerra contra los moros que a perpetuar mi existencia; pero a pesar de ello me elevo sobre un zócalo como tacones de piedra, esbelta como los eucaliptos que muchos siglos después me impusieron como testigo antinatural y anacrónico. Tengo que resignarme; tampoco yo fui concebida como iglesia, sino como palacio, y ahora me reciclan para improcedentes ceremonias religiosas.
              Mis esquinas de sillares escuadrados y mis contrafuertes con acanaladuras verticales me impulsan hacia el cielo y disimulan la pobreza de mis muros como embaucamiento al que el arte nos tiene acostumbrados. Pero mis trampas están al descubierto; soy como una maqueta pétrea que acusa en la fachada sur el paso de los estragos; soy una joya ceñida con sugestivas columnas sogueadas, como cuerdas de regalo, que expone en su delicadeza etérea el recuerdo del pasado.
             Y como vieja que se precie, me engalano con medallones los resquicios que los arcos dejan entre mis escotes, como broches vegetales que engarzan el envoltorio de mi celofán de piedra.
     

jueves, 4 de junio de 2015




                                 HÉCTOR SE DESPIDE DE ANDRÓMACA



                                     
                                    Giorgio de Chirico, Héctor y Andrómaca (1917)


         “A ella a su vez le dijo el gran Héctor, el de resplandeciente casco: “En verdad, mujer, todo esto me afecta a mí también. Pero siento una terrible vergüenza ante los troyanos y las troyanas que arrastran su peplo si, como un cobarde, trato de mantenerme lejos del combate. Y tampoco me incita a ello mi corazón, puesto que he aprendido a ser valiente siempre y a pelear entre los primeros troyanos, tratando de alcanzar la gran fama de mi padre y la mía propia... Vendrá un día en que perezca la sagrada Ilión y Príamo y el pueblo de Príamo, el de la buena lanza de fresno. Pero no me preocupa tanto el dolor de los troyanos en el futuro, ni el de la propia Hécuba y el del rey Príamo, ni el dolor de mis hermanos...cuanto tu dolor, cuando alguno de los aqueos de túnicas de bronce te lleve prisionera, llorosa y te prive de la libertad. Y estando en Argos, tendrías que tejer a las órdenes de otra y llevar agua de la fuente, una y otra vez... y un duro destino pesará sobre ti. Y un día dirá alguno, al verte llorar: “He ahí a la mujer de Héctor, que era el más fuerte entre los troyanos domadores de caballos, cuando luchaban alrededor de Ilión”. Así hablará alguno algún día y tu dolor volverá a renovarse por la falta de un hombre tal como para apartar de ti el día de la esclavitud”. (…) Y al instante el ilustre Héctor se quitó el casco de la cabeza, depositándolo en el suelo entre mil resplandores, y tras besar a su hijo y mecerlo en sus brazos, dijo suplicando a Zeus y los demás dioses: “Zeus y demás dioses, concededme que también este hijo mío sea, como yo lo soy, excelso entre los troyanos y tan bueno por su fuerza y que reine con poder en Ilión. Y que algún día se diga de él cuando suba del combate: “Helo ahí, es mucho más valiente que su padre”.
                                          Despedida de Héctor y Andrómaca. Homero, La Ilíada.