viernes, 24 de abril de 2015





    
                       MONÓLOGO DE UNA SILLA

          
                
                     Salvador Dalí, Silla  (1935)                           
     

                                                  
           No soy lo que parezco; ustedes creen ver una silla, pero en realidad yo soy un depósito de ideas, un tanque de pensamiento como se diría con la expresión inglesa tan al uso; evito decirla en inglés para que no me oigan los restos de Cervantes, ahora que acaban de exhumarlos. Por cierto, lo único que consiguieron quienes idearon  desenterrarlo fue unos huesos para que algunos pudieran hacerse un caldo; mejor hubieran empleado tanto dinero y tanto esfuerzo en buscar a los muertos de nuestra Guerra Civil que aún yacen en las cunetas, pero a eso se oponen sus ideas.
      También podían rebajar el IVA del teatro y de la cultura en general para que al menos cotizara como el del futbol, pero los que deciden piensan que es mejor para nuestra integridad intelectual dejarlo tal cual está; por eso lo subieron, porque esa es la idea que tienen ellos sobre nuestras prioridades. Podría enumerar otras muchas decisiones que se toman en nuestro beneficio, pero no quiero aburrirles con tantos hechos de la vida pública que de sobra conocen ustedes.
       Hasta hace algún tiempo yo creía que los que decidían por nosotros lo hacían guiados por nuestros intereses; después de algunas desilusiones llegué a pensar que si bien eso era  cierto, podía ser que estuvieran equivocados, que sus pensamientos no saliesen de su cabeza, sino de la parte del cuerpo que descansa sobre mí (y ahora entenderán ustedes por qué decía al principio que soy un depósito de ideas). Pero al final he llegado a la verdadera conclusión: ellos sí piensan con la cabeza; quienes piensan con el culo son los que depositan en ellos su confianza para que sigan preocupándose del futuro. A su manera, por supuesto.

lunes, 13 de abril de 2015



                                           


                                                 DESAMPARADA


                                                                                      


                                                 













                                                                                   



                                                                Picasso, Desamparados (1903)
     
 Picasso era un exagerado. ¿Existe algún niño desamparado en los brazos de su madre? Es la madre la que asume la cuota de desamparo que la vida cuelga en la inocencia de un hijo. La madre no sólo lo arropa contra el frío y el desamparo, sino que lo protege con su mano de todos los peligros imaginables creando una invisible aura de protección como sólo el amor sabe hacerlo.
     Esos ojos inocentes del niño  nunca verán la preocupación de su madre, porque ante una mirada furtiva ella cambiaría su angustia por una amorosa sonrisa y por el definitivo amparo de un beso. No le hacen falta las palabras para protegerlo del infortunio.
    Ella es la depositaria del dolor mientras alimenta la felicidad de su hijo, porque el conocimiento de la vida sólo debería ser posible cuando se tiene edad de conocimiento; hasta entonces ella te cuidará para que

     No te derrumbes.
     No sepas lo que pasa
     Ni lo que ocurre.