viernes, 30 de octubre de 2015



                                           LIGEROS DE  EQUIPAJE

                              
                                                           
                       Marcelino Iglesias, Ligeros de equipaje. Septem Ediciones. 2010.       
  
                           
            En el año 1937 un barco con niños asturianos sale del puerto de Gijón para ponerlos a salvo de la Guerra Civil. Marcelino Iglesias reconstruye en esta novela (II Premio de Novela Ciudad de Noega) un fragmento que forma parte de esa trágica aventura de unos niños forzados a abandonar a sus familias en un viaje que se suponía temporal (mientras durase la guerra), pero  que acabó siendo definitivo.
            La novela se centra en el tren que los conduce de Leningrado a Moscú y se personaliza en un niño (Fabián), cuya historia se entrecruza con la encargada de acompañar la expedición. Fidelia (así se llama la acompañante) reconoce a Fabián como hijo de una antigua alumna, y es aquí donde comienza a entretejerse la historia a través de la evocación, las emociones y la empatía de una maestra para hacer más llevadero aquel viaje a través del frío y el desarraigo.

            La novela ayuda a reconstruir la memoria de una historia (la de los conocidos como “los niños de la guerra”) que no debemos olvidar y cuyos coletazos aún perduran en las vidas de algunos supervivientes. 

martes, 20 de octubre de 2015




                     TRANSUBSTANCIACIÓN  



            El cura fue a estrellarse con el coche contra un cruceiro. Ya tenía guasa que la cruz que en muchos caminos de Galicia sirve para orientar a los peregrinos no sirviera para orientarlo a él y se fuera a empotrar precisamente contra el símbolo de su dios. Pero no era de extrañar; ya sabía él que la velocidad con la que andaba últimamente no traería nada bueno. Cada vez había menos curas y todas las mañanas de domingo se veía obligado a decir misa en 6 ó 7 pueblos de los alrededores con las consabidas prisas. Y aquel día no pudo llegar al último.
            Cuando los tráficos recibieron el aviso del accidente pensaron que se trataba de uno más de los trasnochadores retardados que arrojaba la resaca de los sábados, por lo que, cuando llegaron, se extrañaron de encontrarse con el cura al que todo el mundo de de la zona conocía aunque fuese vestido de paisano. El cruceiro le había caído sobre el capó y él apenas si tenía algunos rasguños sin importancia, pero el coche había quedado inmovilizado obstruyendo la calzada.
            La policía le dijo amablemente que para levantar atestado se veían obligados a realizar la prueba de alcoholemia aunque sólo fuera por puro formulismo, a lo que el sacerdote accedió pacientemente. Pero cuando se puso a soplar, la tasa subió más de lo legalmente permitido.  Los policías se miraron entre sí y, tras la sorpresa inicial, le preguntaron cuántas misas había celebrado aquella mañana, a lo que él contestó, aún aturdido, que seis o siete. Y en todas ellas tomó usted el vino de la comunión, concluyeron los guardias con una respuesta implícita.
            Fue entonces cuando el cura cayó en la cuenta de la alegría con la que conducía la mañana de los domingos. Pero fue también en ese instante cuando tuvo una iluminación:

- Señores agentes, ustedes no pueden acusarme de conducir con alcohol, porque lo que yo tomo en la misa no es vino, sino vino que previamente he consagrado para convertirlo en sangre de Cristo.

lunes, 5 de octubre de 2015




                                              EL TREN DE TURNER

                   
                   W. Turner  Lluvia, vapor y velocidad  (1844)
  
            Aunque parezca que vengo del pasado como si saliera de un túnel del tiempo, no le hagáis caso a Turner; no tengo pasado, lo que tengo en realidad (y él lo sabe) es un prometedor futuro, tan arrollador como la velocidad a la que viajo y tan luminoso como la deslumbrante luz que me acompaña.
            Atrás dejo los barcos estancados y los puentes que me unen al pasado; atrás dejo el vapor y la lluvia a esta velocidad de vértigo (unos 30 km/h) que, según algunos periódicos de la época, no podrá soportar la naturaleza humana; y sólo estamos en 1844: nunca le faltan aguafiestas al futuro.

            Viaja conmigo el desarrollo imprevisible empujado por la luz; viajo dispuesto a salirme por la diagonal del cuadro llevándome conmigo el color y la esperanza, viajo  tan obstinado como mi autor con esta apuesta, empeñado en profetizar que no voy a detenerme ante nada. Él se enfrentó a los apocalípticos del Arte y yo me enfrento a los agoreros del tiempo.