TRANSUBSTANCIACIÓN
El cura fue a estrellarse con el coche contra un cruceiro.
Ya tenía guasa que la cruz que en muchos caminos de Galicia sirve para orientar
a los peregrinos no sirviera para orientarlo a él y se fuera a empotrar
precisamente contra el símbolo de su dios. Pero no era de extrañar; ya sabía él
que la velocidad con la que andaba últimamente no traería nada bueno. Cada vez
había menos curas y todas las mañanas de domingo se veía obligado a decir misa
en 6 ó 7 pueblos de los alrededores con las consabidas prisas. Y aquel día no
pudo llegar al último.
Cuando los tráficos recibieron el aviso del accidente
pensaron que se trataba de uno más de los trasnochadores retardados que
arrojaba la resaca de los sábados, por lo que, cuando llegaron, se extrañaron
de encontrarse con el cura al que todo el mundo de de la zona conocía aunque
fuese vestido de paisano. El cruceiro le había caído sobre el capó y él apenas
si tenía algunos rasguños sin importancia, pero el coche había quedado
inmovilizado obstruyendo la calzada.
La policía le dijo amablemente que para levantar atestado
se veían obligados a realizar la prueba de alcoholemia aunque sólo fuera por
puro formulismo, a lo que el sacerdote accedió pacientemente. Pero cuando se
puso a soplar, la tasa subió más de lo legalmente permitido. Los policías se miraron entre sí y, tras la
sorpresa inicial, le preguntaron cuántas misas había celebrado aquella mañana,
a lo que él contestó, aún aturdido, que seis o siete. Y en todas ellas tomó
usted el vino de la comunión, concluyeron los guardias con una respuesta
implícita.
Fue entonces cuando el cura cayó en la cuenta de la
alegría con la que conducía la mañana de los domingos. Pero fue también en ese
instante cuando tuvo una iluminación:
- Señores agentes,
ustedes no pueden acusarme de conducir con alcohol, porque lo que yo tomo en la
misa no es vino, sino vino que previamente he consagrado para convertirlo en sangre
de Cristo.
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