DE PROFETAS Y DE SANTOS
El profeta Ezequiel S. Francisco de Asís
El
profeta es una figura emblemática de la religión judía de la misma manera que
el santo lo es del cristianismo; ambos parecen jugar un papel transmisor de los
designios de los dioses ante sus Iglesias, pero su actitud difiere tanto en el
enfrentamiento que tienen con la ortodoxia como en la aceptación de las
correcciones que se les imponen.
El
profeta se presenta como la conciencia crítica ante las desviaciones del poder
y descarga su furia contra los representantes del mismo (Isaías se enfrentará
al rey Manasés aunque ello implique su muerte), mientras que el santo no osa
levantar la voz ante sus superiores y prefiere acomodarse al exilio interior de
una vida domesticada, aunque para ello tenga que convertirse en un anacoreta
que evita la confrontación; su rebelión queda reducida al campo de la
experiencia mística sin que transcienda más allá de la íntima vida personal.
Santa Teresa convierte en éxtasis lo que apuntaba a un enfrentamiento con la
Iglesia y la propia jerarquía eclesiástica lo asimila y lo añade a su corpus
como propio. Ningún Papa se verá amenazado por un santo como Saúl lo estuvo por
Samuel.
Los
profetas tampoco aceptan las correcciones del poder cuando éste se las impone.
Si los poderosos obran mal serán castigados, si son idólatras o corruptos
acarrearán la desgracia de su gente y la suya propia; y ante ello no hay
concesión posible. Por eso Lutero fue un profeta, que no santo; porque denunció
la corrupción de la Iglesia y nunca se doblegó a las recomendaciones de Roma.
Además, el Cristianismo no castiga las desviaciones de sus jerarquías con la
desgracia en este mundo; aplaza su juicio al más allá. Actuar mal deja de ser
un problema para los gobernantes porque los santos no te van a pedir cuentas
como lo hacen los profetas. Los santos han sido incluidos en nómina, aunque esa
nómina sólo sea la salvación del alma y un lugar en los altares. Cuando Cristo
(el profeta) dice que su reino no es de este mundo, ha dejado de ser profeta
para convertirse en santo.
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