UNA GUITARRA VIVA
Picasso, El guitarrista ciego (1903)
Soy
el único elemento vivo de este cuadro esperando que la mano de nieve que me cubre
pueda desempolvar mi espíritu; de hecho estoy ayudando a mantenerse en pie a mi
lastimero intérprete que se me cuelga del mástil igual que un quejido flamenco se eterniza en
la garganta. Sus manos parecen tan ciegas como sus ojos, su cuerpo tan místico
como los estilizados personajes de El Greco y su rostro tan ondulado como las
pinceladas llameantes de la Noche
estrellada de Van Gogh.
Picasso
me da color para que contraste con el realismo azulado que maquilla su pose de
mendigo mortecino. No hacen falta más
detalles para plasmar un cuerpo transfigurado, vencido no sé si por la ceguera
o por la melancolía, abandonado a un futuro sin fecha de caducidad. No hay nada
más impreciso que el tiempo indeterminado entre una vida acabada y una muerte
inadvertida.
Le
ayudaré a arrancar un lamento que interprete su tristeza y se avenga a su
color; un lamento que acompañe la asumida derrota a la que se ha resignado, un
lamento con las resonancias de una rapsodia in blue.
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