Salvador Dalí, Silla (1935)
No soy lo que parezco; ustedes creen
ver una silla, pero en realidad yo soy un depósito de ideas, un tanque de
pensamiento como se diría con la expresión inglesa tan al uso; evito decirla en
inglés para que no me oigan los restos de Cervantes, ahora que acaban de
exhumarlos. Por cierto, lo único que consiguieron quienes idearon desenterrarlo fue unos huesos para que algunos
pudieran hacerse un caldo; mejor hubieran empleado tanto dinero y tanto
esfuerzo en buscar a los muertos de nuestra Guerra Civil que aún yacen en las
cunetas, pero a eso se oponen sus ideas.
También podían rebajar el IVA del teatro y de la cultura en general para
que al menos cotizara como el del futbol, pero los que deciden piensan que es
mejor para nuestra integridad intelectual dejarlo tal cual está; por eso lo
subieron, porque esa es la idea que tienen ellos sobre nuestras prioridades.
Podría enumerar otras muchas decisiones que se toman en nuestro beneficio, pero
no quiero aburrirles con tantos hechos de la vida pública que de sobra conocen
ustedes.
Hasta hace algún tiempo yo creía que los
que decidían por nosotros lo hacían guiados por nuestros intereses; después de
algunas desilusiones llegué a pensar que si bien eso era cierto, podía ser que estuvieran equivocados,
que sus pensamientos no saliesen de su cabeza, sino de la parte del cuerpo que
descansa sobre mí (y ahora entenderán ustedes por qué decía al principio que
soy un depósito de ideas). Pero al final he llegado a la verdadera conclusión:
ellos sí piensan con la cabeza; quienes piensan con el culo son los que depositan en ellos su confianza para que sigan preocupándose del futuro. A su
manera, por supuesto.