BAILARINA EN REPOSO
Picasso, Retrato
de Olga (1920)
ROJO.
Picasso
asume los colores fieros del Favismo. Olga ha llegado a su vida y con esta
nueva relación, como en toda su biografía artística, el genio inicia la colaboración con un nuevo
estilo que someterá a su personalísima visión. Más tarde será Dora Maar quien
traiga el expresionismo bajo el brazo. Pero estamos en 1920; la I Guerra
Mundial ha dejado de ser una preocupación, y un viaje a Italia, acompañado de
Olga, transporta a Picasso a la grandeza de clasicismo. Este cuadro tapa la
boca a quienes sostienen que el pintor sólo sabe transitar por el Cubismo.
MAJESTUOSIDAD.
Yo soy Olga Koklova, la sobrina del zar,
cuentan que le dijo Olga a Picasso cuando Cocteau los presentó en el ballet ruso
con el que actuaba en París. ¿Es la razón por la que Picasso la pinta con esa
pose majestuosa? ¿Era el deseo de Olga? Las manos, los pliegues caídos de la
púrpura deslumbrante y su altiva serenidad parecen situar a Olga en la línea de
la aristocracia parisina que tanto le gustaba y que Picasso detestaba
profundamente.
TRISTEZA.
Pero
su cara está triste. Han pasado algunos años y Olga ya sabe que no logrará
atraer a Picasso al molino de sus sueños; París es desplazado por La Costa
Azul, que se parece más a la Málaga natal del pintor. Su rostro parece
adelantar el distanciamiento que pronto tendrá lugar entre los dos: “Soy
Olga Koklova. Soporté al genio con cariño durante más de doce años. Fui
legalmente su primera esposa y, como a casi todas, me abandonó.”