martes, 21 de junio de 2016

                               BAILARINA EN REPOSO

                               
                               Picasso, Retrato de Olga (1920)


ROJO.

            Picasso asume los colores fieros del Favismo. Olga ha llegado a su vida y con esta nueva relación, como en toda su biografía artística,  el genio inicia la colaboración con un nuevo estilo que someterá a su personalísima visión. Más tarde será Dora Maar quien traiga el expresionismo bajo el brazo. Pero estamos en 1920; la I Guerra Mundial ha dejado de ser una preocupación, y un viaje a Italia, acompañado de Olga, transporta a Picasso a la grandeza de clasicismo. Este cuadro tapa la boca a quienes sostienen que el pintor sólo sabe transitar por el  Cubismo.

MAJESTUOSIDAD.

            Yo soy Olga Koklova, la sobrina del zar, cuentan que le dijo Olga a Picasso cuando Cocteau los presentó en el ballet ruso con el que actuaba en París. ¿Es la razón por la que Picasso la pinta con esa pose majestuosa? ¿Era el deseo de Olga? Las manos, los pliegues caídos de la púrpura deslumbrante y su altiva serenidad parecen situar a Olga en la línea de la aristocracia parisina que tanto le gustaba y que Picasso detestaba profundamente.

TRISTEZA.

            Pero su cara está triste. Han pasado algunos años y Olga ya sabe que no logrará atraer a Picasso al molino de sus sueños; París es desplazado por La Costa Azul, que se parece más a la Málaga natal del pintor. Su rostro parece adelantar el distanciamiento que pronto tendrá lugar entre los dos: “Soy Olga Koklova. Soporté al genio con cariño durante más de doce años. Fui legalmente su primera esposa y, como a casi todas, me abandonó.” 

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