EL PAÍS
Durante muchos años El País formó parte de mi mundo informativo
y cultural, pero desde hace algún tiempo cada vez me encuentro más incómodo con
su lectura hasta el punto de que he dejado de comprarlo, lo que me supuso un
cierto desgarro.
He tratado de buscar los motivos de este desencuentro y los
hallo en su línea editorial (que ha cambiado tanto últimamente), en lo que
publica (y en lo que no), en la forma de tratar a los personajes públicos… Pero
una de las cosas que más me molesta es la cada vez mayor proliferación de
publicidad (muchas veces adornada con papel de celofán); un ejemplo de
ello es que más de la mitad del
semanario que me obligan a comprar con el periódico es publicidad explicita o
encubierta, es decir, les pago los anuncios.
Pero hace unos días, leyendo un libro de Peter Handke (Justicia para Serbia), me encontré un
pasaje que me reconfortó conmigo mismo; a Handke le sucedió lo mismo hace años
con Le Monde. Ésta es la cita en la
que expone su desacuerdo:
(…) en Le Monde – uno de los periódicos más
queridos para mí en tiempos -, que, bajo una apariencia a la vez seria y
distinguida, (…) desde hace algunos años (…) se ha convertido en un periódico
de cotilleo ocultamente demagógico (…). El periódico ya no describe sus temas,
ni mucho menos aún los evoca – lo que aún sería mejor y más noble -, sino que
los atrapa y los convierte en objetos.
Peter Handke, Justicia para Serbia
(1996)
Esta cita (en la que reconozco similitudes con El País) y
el intercambio de opiniones con algunos conocidos me han ayudado a ratificar mi
decisión de ruptura con el periódico que formó parte de mi vida.