martes, 18 de febrero de 2014

           


  EL FAROL DE “LOS FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO”




                                                   

                                      Goya,  Los fusilamientos  de el 3 de Mayo (1814)
                  


            Yo soy la luz que alumbra aquel amanecer trágico de Madrid. Goya me puso aquí para que sirva de testigo mudo y para que marque el camino al Guernica de Picasso.
            Pero sólo ilumino a las víctimas: a los que ya riegan el suelo con su sangre, a los que están a punto de regarlo y a los que esperan cubriéndose el rostro con las manos para no ver el horror; ellos son el desorden romántico de formas y colores que Goya me permite iluminar ante la escena de la muerte.
            Enfrente, la línea ordenada de los asesinos no tiene rostro; la vergüenza de la historia se oculta bajo el anonimato de una máquina de guerra. Al fondo del cuadro queda la respiración contenida del amanecer de una ciudad que aún vive bajo la conmoción de los acontecimientos del día anterior.
            Pero yo sólo ilumino a los fusilados y me detengo ante los que siempre ponen la cara; ante ese Cristo crucificado, ante la figura de la resistencia y el martirio, ante el símbolo de esa “España camisa blanca de mi esperanza / aquí me tienes, nadie me manda / quererte tanto me cuesta nada”.  

                    

jueves, 6 de febrero de 2014





EL PERRO DE “LAS MENINAS”

Meninas, Las [Velázquez]

                                     Velázquez, Las Meninas  (1656)
                                

            Soy el rey del mambo. Ahí donde me veis, medio dormido, medio olvidado, soy el rey del mambo; o al menos el ojo derecho de la Infanta. Solamente Velázquez parece fuera de escena, absorto, no sé si más pendiente de los espectadores que lo contemplarán en el futuro o de los reyes que acaban de entrar en el estudio según nos muestra en el espejo. 
             La infanta está distante; ni siquiera atiende a las solícitas meninas que se desviven por ella. Parece que no me mira, pero yo soy su principal afecto; jamás permitirá que me toquen un pelo. Aunque el enano italiano parece darme una patada, en realidad está acariciándome para ganarse la gratitud y el reconocimiento de la infanta, que antes permitiría que lo maltratasen a él o a su compañera Maribárbola, que para eso la acompañan: para darles una patada cuando pinte y para ser objeto de mofa y escarnio cuando sea menester, además de servir de contrapunto a la excelsa majestad de la infanta.
           Ella me estima más a mí que a toda la tropa de acompañantes que la adula y a la que trata con el desdén que nunca mostraría conmigo. Solamente me preocupa un tema que no controlo: ¿quién será el futuro marido de la infanta?