lunes, 5 de mayo de 2014



                                                        EL   PERRO SEMIHUNDIDO


                                         

                                        
                                             Goya, El perro semihundido  (1823)

                                        

            ¿Estaba Goya meditando sobre sí mismo cuando me pintó en este muro? En sus ojos creí ver la decepción de sus últimos días en España cuando, ya anciano, tuvo que tomar el camino del exilio en un viejo carromato.
            Y el exilio se le hace también como un muro, tan cuesta arriba como me dispuso frente a esa cornisa insalvable que me devuelve al abismo, mucho más perceptible en La Quinta del Sordo que en las posteriores reproducciones que se hicieron de mi angustia. En aquel muro sobrevolaban mi cabeza los pájaros de la libertad como quimera inalcanzable y contrapunto a mi ansia de salvación, que también era la suya.
            Pero aún peor que el muro es esa altura insalvable sobre mi cabeza angustiada, esa soledad que me rodea y de la que es imposible evadirme; enfangado en un mar, no sé si de arena o de agua, en el que el destino me zarandea contra todas las normas de la composición académica.

            Pero es mentira: no lucho contra la adversidad política ni contra la miseria humana; no lucho por la libertad ni por otras ocurrencias de poeta. Sólo lucho por salvar el pellejo, aunque me temo que Goya también era un poco poeta.

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