CARLOS II
Me
pintan una piel de ángel, a mí que no curo una pústula y ya me ha salido otra,
que no salgo de una infección urinaria y entro en una intestinal que me curan
con vísceras de cordero y más chocolate; que no veo ni el sol (por si acaso me
constipo) y así me luce la piel. Menos mal que, como todos los deficientes,
moriré joven y me quitaré de encima este sufrimiento de no poder llegar a ser
lo que se espera de un Rey.
Me
pintan con un memorándum en la mano, a mí que aprendí a leer tarde y mal y
apenas si sé escribir, que gobierno una bola del mudo en cuyos confines no se
pone el sol que me privan de ver; que hasta el Nuncio de Su Santidad me
describió como alguien a quien se puede
hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia. Y aquí me
tenéis, ciñendo una espada que no podría blandir y simulando ser un poderoso
rey que dirige con mano firme los destinos de esta nación abandonada a merced
de unos validos que la han convertido en un erial.
Y
aún hay más. Como tampoco quieren admitir mi esterilidad, lo achacan a
maquinaciones diabólicas contra las que se hacen conjuros; y me ponen a tiro de
mi bisabuelo Felipe II las más fecundas princesas de toda la realeza europea;
no piensan por un solo momento que es cuestión de gatillo porque eso es
inadmisible en un descendiente del picha brava del Emperador Calos V.
No tienen perdón de Dios.
Nos, El Rey.
P.D. Por la presente procédase a cambiar
el sobrenombre de El Hechizado por el de El Desgraciado.
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