jueves, 10 de abril de 2014



                 
                                                          EL JINETE POLACO


                                    
                            Rembrandt, El Jinete Polaco (1655)


                                        


            No soy polaco, soy judío; abandoné España por el decreto de expulsión de 1492 y vagué por el mundo llevando como equipaje la lengua y la añoranza de nuestra tierra perdida. Engañé a Rembrandt (y por tanto a Muñoz Molina) vistiéndome con este ardor guerrero para confundir a mis perseguidores, pero a diferencia del protagonista de Beltenebros, nunca volví sobre mis pasos en busca de Sefarad.  Atravesé la Sierra de Mágina para no tener que detenerme en la Córdoba de los Omeyas y cuando alcancé el mar de Granada pasé el invierno en Lisboa.
            Seguí los pasos de mi correligionario Spinoza y, tras una breve estancia en Portugal, acabé en Holanda, donde a los médicos se les autorizaba a impartir lecciones de anatomía y a los artistas libertad de pensamiento. No conocí las ventanas de Manhattan, pero asistí a las rondas nocturnas de Ámsterdam en noches de plenilunio.

            Pero nunca volveré como Darman al lugar del que fuimos desposeídos, aunque compartamos querencias por la pérdida de Sefarad; y no volveré, porque el país en el que todo parecía sólido se ha vuelto de una fragilidad angustiosa.  

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