EL JINETE POLACO
No
soy polaco, soy judío; abandoné España por el decreto de expulsión de 1492 y
vagué por el mundo llevando como equipaje la lengua y la añoranza de nuestra
tierra perdida. Engañé a Rembrandt (y por tanto a Muñoz Molina) vistiéndome con
este ardor guerrero para confundir a mis perseguidores, pero a diferencia del
protagonista de Beltenebros, nunca volví sobre mis pasos en busca de Sefarad. Atravesé la Sierra de Mágina para no tener
que detenerme en la Córdoba de los Omeyas y cuando alcancé el mar de Granada
pasé el invierno en Lisboa.
Seguí
los pasos de mi correligionario Spinoza y, tras una breve estancia en Portugal,
acabé en Holanda, donde a los médicos se les autorizaba a impartir lecciones de
anatomía y a los artistas libertad de pensamiento. No conocí las ventanas de
Manhattan, pero asistí a las rondas nocturnas de Ámsterdam en noches de
plenilunio.
Pero
nunca volveré como Darman al lugar del que fuimos desposeídos, aunque
compartamos querencias por la pérdida de Sefarad; y no volveré, porque el país
en el que todo parecía sólido se ha vuelto de una fragilidad angustiosa.
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