viernes, 4 de abril de 2014




                                                        LA BALSA DE LA MEDUSA

                       
                     Géricault, La balsa de la Medusa (1819)
          

                                      


            Me salvé para contarlo. Soy el que agita el pañuelo en lo más alto de la balsa, aunque temí que no sirviera para nada porque el viento que impulsaba nuestra maltrecha vela soplaba en dirección contraria al deseo. Es la manía de los pintores románticos: aguarnos la fiesta a los náufragos sin esperanza. El barco de la salvación era un punto en el horizonte y estaba tan lejos que no creíamos que nos viese, pero yo me agarraba a un pañuelo ardiendo porque la esperanza es la quimera de los desahuciados.
            Después de no sé cuántos días a la deriva en el inmenso océano, ya sólo quedábamos 15 supervivientes de los 147 abandonados al destino del hambre, la desolación y la locura de comernos unos a otros (los más débiles primero, por favor) en aquel sálvese quien pueda. Gericault  nos amarga la escena con nubarrones negros y estira el cuadro dirigiendo nuestras manos en un movimiento hacia la salvación del punto en el horizonte; pero todos habíamos perdido la esperanza, incluso el viejo que tiene en su regazo a Delacroix, porque ignoraba que  pocos años más tarde celebraría la revolución de 1830 pintando La Libertad guiando al pueblo.

          Y ahí estamos abandonados al destino y olvidados por una Restauración que no quiso saber nada de nosotros; ni siquiera reconocer el desamparo cuando llegó la salvación para unos pocos: Allons enfants de la patrie / le jour de merde est arrivé. 

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