DAVID Y GOLIAT
Soy
a la vez la cabeza sangrante de Goliat y el David que la sostiene en su mano: los
dos somos Caravaggio.
La
cabeza cortada es la del viejo Caravaggio que quiere purgar su vida de canalla
ante la justicia, la sociedad y la misericordia divina. Me expongo ante la luz
del Barroco para pedir perdón por mi vida de macarra callejero y obtener la
absolución de las autoridades en el recodo final de mi vida. Éste será mi
último cuadro.
Pero
también soy David, el ángel exterminador; el joven Caravaggio que mata al adulto
Caravaggio (sólo tengo 48 años) para reivindicarme y reivindicarlo ante la Historia. Mi rostro muestra la exigencia de cumplir con la necesidad del
castigo y el dolor por tener que hacerlo: aquí tenéis mi expiación, ¿no os
parece suficiente?
A
diferencia del David bíblico, yo soy el perdedor en esta escena. No tengo la
expresión de la victoria, sino la tristeza por la asunción de un acto al que
estaba obligado. Ignoro si fue suficiente mi calvario porque no sobreviví para
contarlo.
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