UN
POEMA
Con qué empeño la luz
quiere arropar, velada, la paz de la
mañana
de manso mar y silenciosas calles
y de ese modo levantar el solio
que te encierra y engasta cual zafiro
cuando, al fin, sonriente y despeinada,
pasas revista a la enemiga tropa
y la encuentras conforme a tus designios
en batallones de plumón tan tibio,
en falanges de aljaba tan vacía
que proclamas, sin lucha, la victoria
y el raigón derrotado de mi ejército
cargado de grilletes tras tu carro se
arrastra
traidor a su bandera, a su patria, a su
dios.
Derecho de conquista (Antonio Martínez
Sarrión)
Me
encanta este poema desde la primera vez que lo leí. Las perfectas metáforas que
emplea (en falanges de aljaba tan vacía)
y la forma en que te sumerge en la paz de la mañana con el verso de manso mar y silenciosas calles, me
incitan a volver sobre su paz y su asumida derrota.
Pero
de la misma manera que me encanta el poema, tengo que confesar la desazón que
me produce el último verso:
traidor
a su bandera, a su patria, a su dios.
Cada
vez que termino de leerlo no puedo evitar cambiar el orden de las tres últimas
palabras; la razón es que me suena mejor el ritmo como yo me lo imagino,
olvidándome del orden conceptual, que la forma en la que las dispuso el poeta
(la osadía no tiene límites). Así, me suena mejor:
traidor a su dios, a su patria, a su
bandera.
que
traidor
a su bandera, a su patria, a su dios.
Como
estoy de acuerdo en que sólo se debe ocupar uno de lo que importa (y me importa
mucho este poeta) me atrevo con esta insolencia que los lectores y Martínez
Sarrión me perdonarán.
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