CÍRCULO
CERRADO
Por aquellos días leí en el periódico
que había en El Pueblo de Asturias una exposición insospechada. Se trataba de las fotografías que había hecho un alemán por algunos pueblos de la zona
suroccidental de la provincia en el año
1927, y que eran las únicas que hubo
de aquella comarca hasta muchos años después; pero dichas fotografías habían
permanecido desconocidas hasta entonces por avatares de la Historia. Fritz
Krüger, como pude leer en un libro ilustrativo que acompañaba a la exposición,
había llegado a esta zona subdesarrollada en busca de datos para sus trabajos
de etnografía, de cuya materia era profesor en la Universidad de
Hamburgo.
Años después (añadía el libro) Krüger
ocupó cargos públicos durante el Nazismo, lo que le obligó a abandonar Alemania
tras la II Guerra
Mundial y buscar refugio en Buenos Aires, como hicieron por entonces otros
muchos correligionarios suyos. Pero, tras la guerra, las fotografías
permanecieron olvidadas en la
Alemania del Este, y su aislamiento durante la Guerra Fría impidió el
conocimiento de las mismas hasta la caída del Muro de Berlín.
Yo iba a la exposición tratando de
encontrar vestigios de Cabuerza, el pueblo en el que había nacido mi madre, y
el resultado fue un premio mayor del esperado. Entre otras muchas fotografías
suyas, fácilmente identificables por el parecido que todavía mantenía con su
niñez, había una en la que aparecía ella en la puerta de la casa familiar, que
aún seguía conservándose como entonces. Mi madre aparentaba en ella unos 12 ó
14 años y exhibía la inapropiada pose de una avezada actriz de cine como si el
fotógrafo la hubiera aleccionado para ello. En otras aparecía con sus padres a
los que abandonaría a finales de los años 40 para emigrar a Buenos Aires,
tierra de promisión de muchos emigrantes asturianos.
Allí se casó con un polaco de Wroclaw
(antigua ciudad alemana de Breslau) llamado Józef Nowak, al que conoció un día
en el Centro Asturiano, de cuya unión yo soy el único hijo. Mi madre siempre
deseó viajar a España, aunque fuera en una sola ocasión; pero a pesar de las
veces que se lo propuso a mi padre, él nunca quiso volver a Europa. A
diferencia de ella, él era un hombre muy reservado; apenas si salía de casa si
no era para ir a la Universidad en la que impartía clases de etnografía. No
tenía amigos, salvo algunos compatriotas con los que se reunía en nuestra casa
los fines de semana mientras mi madre acudía a fiestas en el Centro Asturiano
para divertirse con los suyos, en una época en la que Buenos Aires preludiaba
un nueva California.
Mi padre murió a los 90 años, al día siguiente de la caída del Muro de
Berlín; he llegado a creer que la visión de aquellas imágenes por la televisión
le causó tal impacto que acabó con su ya precaria salud. Fue sólo entonces
cuando mi madre me animó a viajar a España para visitar el pueblo que la había
visto crecer, y a cuyo viaje ella renunciaba ahora amparándose en lo avanzado
de su edad.
Cuando llegué a Asturias me llamó la
atención una noticia del periódico en la que se anunciaba una exposición
fotográfica de un alemán que había visitado la zona suroccidental de la
provincia en el año 1927, y cuya obra había permanecido inédita hasta después
de la caída del Muro de Berlín. Y allí estaba yo contemplando a mi madre en la
exposición rescatada de Fritz Krüger.