martes, 29 de julio de 2014

                                      
                                                CÍRCULO CERRADO 



          Por aquellos días leí en el periódico que había en El Pueblo de Asturias una exposición insospechada. Se trataba de las fotografías que había hecho un alemán por algunos pueblos de la zona suroccidental de la provincia  en el año 1927, y que eran  las únicas que hubo de aquella comarca hasta muchos años después; pero dichas fotografías habían permanecido desconocidas hasta entonces por avatares de la Historia. Fritz Krüger, como pude leer en un libro ilustrativo que acompañaba a la exposición, había llegado a esta zona subdesarrollada en busca de datos para sus trabajos de etnografía, de cuya materia era profesor en la Universidad de Hamburgo.
          Años después (añadía el libro) Krüger ocupó cargos públicos durante el Nazismo, lo que le obligó a abandonar Alemania tras la II Guerra Mundial y buscar refugio en Buenos Aires, como hicieron por entonces otros muchos correligionarios suyos. Pero, tras la guerra, las fotografías permanecieron olvidadas en la Alemania del Este, y su aislamiento durante la Guerra Fría impidió el conocimiento de las mismas hasta la caída del Muro de Berlín.
          Yo iba a la exposición tratando de encontrar vestigios de Cabuerza, el pueblo en el que había nacido mi madre, y el resultado fue un premio mayor del esperado. Entre otras muchas fotografías suyas, fácilmente identificables por el parecido que todavía mantenía con su niñez, había una en la que aparecía ella en la puerta de la casa familiar, que aún seguía conservándose como entonces. Mi madre aparentaba en ella unos 12 ó 14 años y exhibía la inapropiada pose de una avezada actriz de cine como si el fotógrafo la hubiera aleccionado para ello. En otras aparecía con sus padres a los que abandonaría a finales de los años 40 para emigrar a Buenos Aires, tierra de promisión de muchos emigrantes asturianos.
          Allí se casó con un polaco de Wroclaw (antigua ciudad alemana de Breslau) llamado Józef Nowak, al que conoció un día en el Centro Asturiano, de cuya unión yo soy el único hijo. Mi madre siempre deseó viajar a España, aunque fuera en una sola ocasión; pero a pesar de las veces que se lo propuso a mi padre, él nunca quiso volver a Europa. A diferencia de ella, él era un hombre muy reservado; apenas si salía de casa si no era para ir a la Universidad en la que impartía clases de etnografía. No tenía amigos, salvo algunos compatriotas con los que se reunía en nuestra casa los fines de semana mientras mi madre acudía a fiestas en el Centro Asturiano para divertirse con los suyos, en una época en la que Buenos Aires preludiaba un nueva California.
          Mi padre murió a los 90 años,  al día siguiente de la caída del Muro de Berlín; he llegado a creer que la visión de aquellas imágenes por la televisión le causó tal impacto que acabó con su ya precaria salud. Fue sólo entonces cuando mi madre me animó a viajar a España para visitar el pueblo que la había visto crecer, y a cuyo viaje ella renunciaba ahora amparándose en lo avanzado de su edad.

          Cuando llegué a Asturias me llamó la atención una noticia del periódico en la que se anunciaba una exposición fotográfica de un alemán que había visitado la zona suroccidental de la provincia en el año 1927, y cuya obra había permanecido inédita hasta después de la caída del Muro de Berlín. Y allí estaba yo contemplando a mi madre en la exposición rescatada de Fritz Krüger.

martes, 15 de julio de 2014




                                                                   MARILYN

                                                                   

                                      
                                  Andy Warhol, Marilyn  (1967)

                                                   

            El bueno de Andy no sabe de mi dolor; o no quiere que la gente me vea como era, sino como las fotos publicitarias de Niágara me mostraron ante el público.
            Fiel a la línea del Arte Pop, me muestra como un sofisticado objeto de consumo que agrade a todos los gustos, para lo que hará varias copias de todos los colores, que satisfagan a quienes ven en mí ese oscuro e inalcanzable objeto de deseo. Y me lanzarán al mercado serigrafiada, como corresponde a esta moda del consumo de masas en el que cada individuo tiene un icono a su antojo; pero mi cara saldrá siempre plana aunque varíen los colores, no interesan mis angustias porque los mitos están libres de aflicción.

            Pero la realidad es bien distinta. Cuando Warhol quiso convertir mi imagen en icono yo ya estaba muerta. Lo que se exponía al consumo ya no era Marilyn, sino la abstracción del mito. Atrás quedaba la infancia desgraciada y los amores truncados, el abuso de barbitúricos y la cima de la fama  con unos pies de barro tan frágiles como la cresta de la ola que zarandeaba mi vida; y, sobre todo ello, esa imposibilidad de mantener en un quebradizo espíritu el sufrimiento que produce la lucha entre una vida desdichada y la imagen glamurosa que desprende.

domingo, 6 de julio de 2014



 EL NIÑO DE “LA LIBERTAD GUIANDO AL PUEBLO”



                              Image dans Infobox.

                             Delacroix, La Libertad guiando al pueblo (1830)
   
                                                
                
            Tengo permiso de Delacroix para salirme del cuadro. Acabamos de asaltar una barricada y ya miro al futuro y me desentiendo de los muertos como si fueran cosa del pasado. Ni siquiera me detengo ante el que contempla embelesado las tetas de La Libertad sin importarle la muerte.
            Mis ojos buscan la transcendencia de la historia a diferencia de mis compañeros de cuadro. El burgués y el obrero tienen la mirada más cercana, más interesados en el desarrollo del futuro inmediato; aún se mezclan hermanados, borrachos en la Revolución del 30; pero ¿cómo los pintaría Delacroix si tuviera que fotografiar la del 48 cuando se enfrentaron entre sí? ¿Hacia dónde mirarían sus ojos?

            Pero me inquieta la actitud de La Libertad. Su mirada cautelosa hacia los protagonistas sociales manifiesta una desconfianza en el futuro que me preocupa; como si esa palabra, mágica y gastada que se asocia a Francia, simbolizada en la bandera, no se fiara de ellos y tuviera que estar vigilante ante el siguiente recodo de la Historia. Yo, en cambio, me conformo con esta borrachera de libertad porque Delacroix me puso aquí como contrapunto y, por tanto, mis ojos van más allá de la escena que representa el cuadro; miran al futuro con la felicidad que otorga la inocencia.