martes, 15 de julio de 2014




                                                                   MARILYN

                                                                   

                                      
                                  Andy Warhol, Marilyn  (1967)

                                                   

            El bueno de Andy no sabe de mi dolor; o no quiere que la gente me vea como era, sino como las fotos publicitarias de Niágara me mostraron ante el público.
            Fiel a la línea del Arte Pop, me muestra como un sofisticado objeto de consumo que agrade a todos los gustos, para lo que hará varias copias de todos los colores, que satisfagan a quienes ven en mí ese oscuro e inalcanzable objeto de deseo. Y me lanzarán al mercado serigrafiada, como corresponde a esta moda del consumo de masas en el que cada individuo tiene un icono a su antojo; pero mi cara saldrá siempre plana aunque varíen los colores, no interesan mis angustias porque los mitos están libres de aflicción.

            Pero la realidad es bien distinta. Cuando Warhol quiso convertir mi imagen en icono yo ya estaba muerta. Lo que se exponía al consumo ya no era Marilyn, sino la abstracción del mito. Atrás quedaba la infancia desgraciada y los amores truncados, el abuso de barbitúricos y la cima de la fama  con unos pies de barro tan frágiles como la cresta de la ola que zarandeaba mi vida; y, sobre todo ello, esa imposibilidad de mantener en un quebradizo espíritu el sufrimiento que produce la lucha entre una vida desdichada y la imagen glamurosa que desprende.

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