MARILYN
Andy Warhol, Marilyn (1967)
El
bueno de Andy no sabe de mi dolor; o no quiere que la gente me vea como era,
sino como las fotos publicitarias de Niágara
me mostraron ante el público.
Fiel
a la línea del Arte Pop, me muestra como un sofisticado objeto de consumo que
agrade a todos los gustos, para lo que hará varias copias de todos los colores,
que satisfagan a quienes ven en mí ese oscuro e inalcanzable objeto de deseo. Y
me lanzarán al mercado serigrafiada, como corresponde a esta moda del consumo
de masas en el que cada individuo tiene un icono a su antojo; pero mi cara
saldrá siempre plana aunque varíen los colores, no interesan mis angustias porque
los mitos están libres de aflicción.
Pero
la realidad es bien distinta. Cuando Warhol quiso convertir mi imagen en icono yo
ya estaba muerta. Lo que se exponía al consumo ya no era Marilyn, sino la
abstracción del mito. Atrás quedaba la infancia desgraciada y los amores
truncados, el abuso de barbitúricos y la cima de la fama con unos pies de barro tan frágiles como la
cresta de la ola que zarandeaba mi vida; y, sobre todo ello, esa imposibilidad
de mantener en un quebradizo espíritu el sufrimiento que produce la lucha entre
una vida desdichada y la imagen glamurosa que desprende.
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