sábado, 13 de septiembre de 2014




     
                                            UN CRISTO POLISÉMICO
  
                                   
                                  Antonio Saura, Crucifixión (1979)

                                                 
               Lo único que conservo de la serenidad del Cristo de Velázquez son esos pies sobre los que se apoya mi calvario, ajenos al sufrimiento del resto de mi cuerpo, y que contrastan con las manos crispadas más por la rabia del espíritu que por el dolor físico. Espero con la impotencia de una ruleta rusa que los dardos se concentren en los espacios vacíos de pecado.
               Mis múltiples capas de pintura superpuestas representan a todos los crucificados que se asoman al mundo a través de mi rostro sobredimensionado cuya boca grita ante la grada la protesta de todos los perseguidos injustamente por la Historia. Mis manos recuerdan las del Cristo de Grünewald, que se resisten a enmudecer antes de rasgar el cielo con los dedos, para apremiarle si será éste el último sufrimiento que tenga que soportar el hombre.
               Pero Antonio me dijo mientras me pintaba que el dolor que quería expresar no era sólo religioso, sino la protesta por todas las torturas que sufren tanto los perseguidos por una fe contrariada, como los desafectos que se apartan del camino delimitado por lanzas. Me dijo que yo era la expresión abstracta del sufrimiento; me temo que él lidiaba con la concreción del mismo.

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