UN
CRISTO POLISÉMICO
Antonio Saura, Crucifixión (1979)
Lo
único que conservo de la serenidad del Cristo de Velázquez son esos pies sobre
los que se apoya mi calvario, ajenos al sufrimiento del resto de mi cuerpo, y
que contrastan con las manos crispadas más por la rabia del espíritu que por el
dolor físico. Espero con la impotencia de una ruleta rusa que los dardos se
concentren en los espacios vacíos de pecado.
Mis
múltiples capas de pintura superpuestas representan a todos los crucificados
que se asoman al mundo a través de mi rostro sobredimensionado cuya boca grita
ante la grada la protesta de todos los perseguidos injustamente por la Historia.
Mis manos recuerdan las del Cristo de Grünewald, que se resisten a enmudecer
antes de rasgar el cielo con los dedos, para apremiarle si será éste el último
sufrimiento que tenga que soportar el hombre.
Pero
Antonio me dijo mientras me pintaba que el dolor que quería expresar no era
sólo religioso, sino la protesta por todas las torturas que sufren tanto los
perseguidos por una fe contrariada, como los desafectos que se apartan del
camino delimitado por lanzas. Me dijo que yo era la expresión abstracta del
sufrimiento; me temo que él lidiaba con la concreción del mismo.
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