UNA PELÍCULA
Hay algo de la España eterna en Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016) que poco a poco se va
manifestando en el desarrollo de la película; se trata de esa idea latente de
la venganza que parece subyacer en la España rural y que en este caso se
manifiesta también en el mundo urbano. Es como si la tragedia de Puerto Hurraco o La familia de Pascual Duarte se hubiera trasladado a la ciudad e
hiciese saltar por los aires la aparente vida apacible de un bar, donde las
partidas de cartas visten de camaradería la milimétrica planificación de una
venganza.
Un magnífico Antonio de la Torre (José en la película)
compone un personaje poliédrico en busca de los asesinos de su novia, a los que
no perdonará aunque la nueva vida parezca haberlos redimido de su crimen. La
justicia no ha podido desenmascarar a los asesinos, pero él no parará hasta dar
con ellos y ejecutarlos sin piedad (hay momentos en los que el espectador cree
adivinar un atisbo de perdón que acabará con esa espiral de violencia, pero
José, tras una mirada alimentada con
imágenes del recuerdo, nos devuelve a la descarnada realidad).
Y la venganza la realizará Arévalo al más puro estilo del
cine negro; en el bar donde comienza la historia, en un sórdido gimnasio y en
uno de los escenarios que mejor simboliza esa España negra: un cubil de cerdos.
Parece como si el director nos quisiera llevar a esos escenarios de la España
eterna.
P.D.
Esta obra obtuvo meses después dos premios cinematográficos a la mejor película de 2016 (además de otros, como Mejor Director Novel):
- Premio Forqué.
- Premio Goya.
P.D.
Esta obra obtuvo meses después dos premios cinematográficos a la mejor película de 2016 (además de otros, como Mejor Director Novel):
- Premio Forqué.
- Premio Goya.
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