CARÁCTER Y DESTINO
Rafael, El Cardenal (1510)
He
visto a Maquiavelo contemplándome; realizaba un trabajo de campo en busca de
material para configurar el carácter de su Príncipe y creo que no podría
encontrar mejor ejemplo que el que Rafael imprimió en mi rostro. Como siempre,
la realidad imita al arte, de la misma manera que Fernando El Católico imitó a
El Principe.
Toda
la serenidad que transmiten la majestuosidad del rojo y la pureza del blanco
que me enmascaran contrasta con la expresión poliédrica de mis ojos; agazapados
tras una nariz florentina, ocultan y, a la vez, delatan la astucia más propia
de un avezado político que la magnanimidad de un príncipe de la Iglesia. Por
más que se empeñen en escrutar mi enigmática mirada, nadie conocerá mi halo impenetrable,
porque estoy a una distancia sideral de los mortales con los que mantengo una
frialdad de hielo.
Lo
único que lamento es que la sagaz intuición que atesoro no me sirva para
adivinar que en breve seré asesinado.
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