UNA MIRADA HERODOXA A 3 CIUDADES
BÁLTICAS
(TALLIN, RIGA Y GDANSK)
(I/III)
TALLIN
Cuando
llegas a Tallin procedente de
Estocolmo, la capital de Estonia te parece un villorrio medieval. Atrás queda
la potente arquitectura de la ciudad escandinava (1/3 de superficie), sus
parques (otro tercio) y su tercera parte restante de agua. Estocolmo puede
soportar mucha población (incluso turística) sin que te veas agobiado por ello,
porque esa vida urbana la percibes como la esencia de la ciudad. En cambio, Tallin no sólo es un villorrio
medieval, sino un villorrio medieval inundado por un turismo que ya forma parte
del muestrario urbano, al que no puede asimilar, y que deambula a manadas por
su pequeño casco histórico convertido en mercado moderno de una ciudad antigua
a la que fagocita.
Si
quieres percibir el sentido de la Plaza
del Ayuntamiento y su gótico austero tendrás que buscar una hora
intempestiva porque usualmente está ocupada por todo tipo de tiendas, terrazas
y catafalcos que entierran la belleza de la plaza bajo un manto kitsch que
desvirtúa su pasado; sucede lo mismo en la mítica calle Pikk, donde las fachadas lucen letreros incompatibles con el
sentido de su estética y su pasado, un pasado de las casas de comerciantes de
la Hansa, organización histórica que funcionó como un ensayo de la Unión
Europea avant la lettre.
Plaza del Ayuntamiento
La
Catedral (ortodoxa) de Alexander Nevski
de fines del S. XIX hace de puente
entre el pasado medieval y modernidad, en línea con la arquitectura rusa de
cúpulas doradas de una época en la que Estonia formaba parte del Imperio Ruso y
que rememora las victorias del propio Alexander Nevski en aquellas tierras; sus
vidrieras y la decoración colorista de influencia bizantina dan luz al templo y
contrastan con otros edificios de ladrillo
envejecido que están pidiendo a gritos una rehabilitación como la que ya se ha iniciado en San Olaf (final de la calle Pikk).
Tallin, Catedral Ortodoxa de Alexander
Nevski.
La
calle que desciende de la plaza del ayuntamiento hacia el puerto es la muestra
más palpable de que Tallin ha
vendido su alma al turismo sin más contraprestaciones que un puñado de dinero
con el que inundar las calles y las aceras con terrazas y armatostes que
impiden caminar y amenazan con convertir a la ciudad en una postal que podrías
contemplar sin necesidad de visitarla.
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