lunes, 26 de enero de 2015





                                         LOS DIOSES NO PERDONAN


   
                           

                               Laocoonte y sus hijos (h. 50 a de C.)



            Los griegos también movían guerras entre sí (las que hicieron contra los persas fueron otra historia y cambiaron el curso de la Antigüedad) para ejercitar la caballería y para dar rienda suelta a la belicosidad de unos nobles ociosos que se aburrían sin hacer nada. En la que emprendieron contra Troya (lo de Paris y Helena es un pretexto para consumo de las revistas del corazón), Ulises trama la construcción de un caballo que introduzca en la ciudad a los guerreros aqueos. Pero Laocoonte, sacerdote troyano, denuncia su ardid para conquistar Ilion; como castigo, los dioses protectores de los griegos envían dos serpientes contra él. En La Eneida, Virgilio narra de la siguiente manera el crimen y el castigo de Laocoonte.

El crimen:

"Baja entonces corriendo del encumbrado alcázar, seguido de gran multitud, el fogoso Laoconte, el cual desde lejos, " ¡Oh miserables ciudadanos!" empezó a gritarles: ¿Qué increíble locura es ésta? ¿Pensáis que se han alejado los enemigos y os parece que puede estar exento de fraude don alguno de los Dánaos? ¿Así conocéis a Ulises? O en esa armazón de madera hay gente aquiva oculta, o se ha fabricado en daño de nuestros muros, con objeto de explorar nuestras moradas y dominar desde su altura la ciudad, o algún otro engaño esconde. ¡Troyanos, no creáis en el caballo! ¡Sea de él lo que fuere, temo a los griegos hasta en sus dones!" Dicho esto, arrojó con briosa pujanza un gran venablo contra los costados y el combo vientre del caballo, en el cual se hincó retemblando y haciendo resonar con hondo gemido sus sacudidas cavidades;
(…)

Y el castigo:

   Sobreviene en esto de pronto un nuevo y terrible accidente, que acaba de conturbar los desprevenidos ánimos. Laoconte, designado por la suerte para sacerdote de Neptuno, estaba inmolando en aquel solemne día un corpulento toro en los altares, cuando he aquí que desde la isla de  Ténedos se precipitan en el mar dos serpientes; (…) ellas, sin titubear, se lanzan juntas hacia Laoconte; primero se rodean  a los cuerpos de sus dos hijos mancebos y atarazan a dentelladas  sus miserables miembros; luego arrebatan al padre, que, armado de un dardo, acudía en su auxilio, y le amarran con grandes ligaduras, y aunque ceñidas ya con dos vueltas sus escamosas espaldas a la mitad de su cuerpo, y con otras dos a su cuello, todavía sobresalen por encima sus cabezas y sus erguidas cervices. El pugna por desatar con ambas manos aquellos nudos, chorreando sangre y negro veneno las vendas de su frente, y eleva a los astros al mismo tiempo horrendos clamores. (…) Nuevas zozobras penetran entonces en nuestros aterrados pechos, y todos se dicen que Laoconte ha merecido su desastre por haber ultrajado la sacra imagen de madera, lanzando contra ella su impía lanza;

                                                                                              Virgilio, La Eneida

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