LOS DIOSES NO PERDONAN
Laocoonte y sus hijos (h. 50 a de C.)
Los
griegos también movían guerras entre sí (las que hicieron contra los persas
fueron otra historia y cambiaron el curso de la Antigüedad) para ejercitar la caballería y para dar rienda suelta a
la belicosidad de unos nobles ociosos que se aburrían sin hacer nada. En la que
emprendieron contra Troya (lo de Paris y Helena es un pretexto para consumo de
las revistas del corazón), Ulises trama la construcción de un caballo que
introduzca en la ciudad a los guerreros aqueos. Pero Laocoonte, sacerdote troyano,
denuncia su ardid para conquistar Ilion; como castigo, los dioses protectores
de los griegos envían dos serpientes contra él. En La Eneida, Virgilio narra de la siguiente manera el crimen y el
castigo de Laocoonte.
El crimen:
"Baja
entonces corriendo del encumbrado alcázar, seguido de gran multitud, el fogoso
Laoconte, el cual desde lejos, " ¡Oh miserables ciudadanos!" empezó a
gritarles: ¿Qué increíble locura es ésta? ¿Pensáis que se han alejado los
enemigos y os parece que puede estar exento de fraude don alguno de los Dánaos?
¿Así conocéis a Ulises? O en esa armazón de madera hay gente aquiva oculta, o
se ha fabricado en daño de nuestros muros, con objeto de explorar nuestras
moradas y dominar desde su altura la ciudad, o algún otro engaño esconde.
¡Troyanos, no creáis en el caballo! ¡Sea de él lo que fuere, temo a los griegos
hasta en sus dones!" Dicho esto, arrojó con briosa pujanza un gran venablo
contra los costados y el combo vientre del caballo, en el cual se hincó
retemblando y haciendo resonar con hondo gemido sus sacudidas cavidades;
(…)
Y el castigo:
Sobreviene en esto de pronto un nuevo y
terrible accidente, que acaba de conturbar los desprevenidos ánimos. Laoconte,
designado por la suerte para sacerdote de Neptuno, estaba inmolando en aquel
solemne día un corpulento toro en los altares, cuando he aquí que desde la isla
de Ténedos se precipitan en el mar dos
serpientes; (…) ellas, sin titubear, se lanzan juntas hacia Laoconte; primero
se rodean a los cuerpos de sus dos hijos
mancebos y atarazan a dentelladas sus
miserables miembros; luego arrebatan al padre, que, armado de un dardo, acudía
en su auxilio, y le amarran con grandes ligaduras, y aunque ceñidas ya con dos
vueltas sus escamosas espaldas a la mitad de su cuerpo, y con otras dos a su
cuello, todavía sobresalen por encima sus cabezas y sus erguidas cervices. El
pugna por desatar con ambas manos aquellos nudos, chorreando sangre y negro
veneno las vendas de su frente, y eleva a los astros al mismo tiempo horrendos
clamores. (…) Nuevas zozobras penetran entonces en nuestros aterrados pechos, y
todos se dicen que Laoconte ha merecido su desastre por haber ultrajado la sacra
imagen de madera, lanzando contra ella su impía lanza;
Virgilio, La Eneida
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