LA MUJER DEL COLUMPIO
Fragonard, El columpio (1767)
Me empuja la estabilidad emocional en la sombra hacia la
aventura del joven prohibido que me espera ilusionado entre un paisaje frondoso
de voluptuosidad irresistible. Apuro mi galanteo con el vuelo del zapato y la muestra
de mis encajes como promesa de inagotables delirios. Me columpio en un balanceo
de ida y vuelta que parece no tener fin; alternaré las dos existencias que este
tiempo sin zozobra me ha permitido vivir.
Sobrevuelo el paraíso terrenal en este Siglo de las Luces, por encima de las inquietudes que atribulan al común de los mortales porque Dios lo ha querido así. Estoy más allá de las penurias que angustian a los lacayos que me sirven, y de los menesterosos cuyas vidas ordinarias subyacen bajo este lujo que me ha sido concedido. El cielo ha impuesto a la tierra su orden natural contra el cual nada se podrá hacer.
Sobrevuelo el paraíso terrenal en este Siglo de las Luces, por encima de las inquietudes que atribulan al común de los mortales porque Dios lo ha querido así. Estoy más allá de las penurias que angustian a los lacayos que me sirven, y de los menesterosos cuyas vidas ordinarias subyacen bajo este lujo que me ha sido concedido. El cielo ha impuesto a la tierra su orden natural contra el cual nada se podrá hacer.
A la altura del año 1767 no vislumbro futuro más
prometedor que esta vida de fastuosidad interminable. La Revolución Francesa
que sucederá dentro de 22 años n`aura pas lieu.